lunes, 25 de julio de 2011

Hiciste bien

en ocasiones, cuando despierto y mi mano
aún amodorrada, al buscarte reconoce
por si misma y sin dar crédito a su tacto cuanto
ha crecido lo ancho de la cama,
y la razón cree que hiciste bien en irte,
que hiciste bien en no encender la radio
y no hace ruido y no despertarme
y en tomar tus prendas del suelo
y mi corazón de la alacena,
fortalezco las creencias para no desaparecer
con un tris de los dedos debajo de la almohada
y quedarme ahí tendido hasta que pasen los tiempos
de las aguas, para no conmiserarme mas de la cuenta
para sobrellevar la mañana y los mañanas haciendo
de cuenta que creo en mí por sobre todas las cosas
que dejaste olvidadas en mi alma, en la piel
en la parpadeante oscuridad que me embarga
y en la luz que no entiendo cuando pestañeo

la vida no es la misma desde que te fuiste
y creo, agua de luna, que nunca te hubiese perdonado
si al partir no hubieras dejado en la estancia,
en la calle, en la ciudad entera, en mi vida rota
esta ruina, este maldito desastre, tantos miles de hubieras,
dolores atroces y dulces en alguna parte de mi cuerpo
inmune a las aspirinas, a los analgésicos, a los confesores,
a las palmaditas y los buenos deseos
no, no creo que hubiera podido perdonarte si al cerrar
detrás de ti la puerta me hubiera descubierto sin ti
desnudo de la piel y el sentimiento, con tanto desamor
y respirando tranquilo por alguien que no valiera los dolores,
que no valiera los hubiera, que no hiciera germinar las penas

sin embargo, en ocasiones creo que mis creencias
ya no son las mismas , creo que me miento
por prescripción propia en defensa de la parte de mi cuerpo
que no existe pero que alberga todos los dolores,
el hambre, la rabiosa forma de extrañarte, la sed posible,
creo que dios se ríe de mí cuando digo en definitiva
que después de tu partida ya no creo en él,
creo que al señor aún le divierten mis dolores y sonríe
al recordar la forma tan cínica en la que partiste
con mi corazón bajo tu brazo y que se conduele de verdad
un poquito cuando mi mano, que después de sentir por si misma
que la cama es muy ancha, seca con su dorso el agua del alma
que me escurre por los ojos cuando después la razón dolida pregona
frente al espejo que cree que hiciste bien en partir sin despedirte.


Due® 25.7.11