sábado, 13 de noviembre de 2010

Pensándolos bien.

Mientras mi padre caía tranquilo desde el inmenso cielo de su cama donde reposaba, abatido únicamente por el cúmulo de años sobres sus espaldas, hasta el frío suelo que fue la única muralla que no cedió ante sus sueños. Yo divagaba a tu lado a doscientos kilómetros de él con hacerle el amor a tu alma, soñaba con cerrarte la luz con un par de besos y apagarte el sonido con la humedad de mi aliento. Mientras él allá se precipitaba con azoro al final del camino, yo chasqueaba los dedos calculando la fuerza que deberían tener para despojarte de todos tus miedos, de tus zapatos, los jeans, tu playera endemoniadamente negra y todos tus interiores. Calculaba lo alto de tu cama con respecto a la altura de tu cuerpo cuando te postrabas ante mí de hinojos exponiendo al aire y a mi mirada la delicada carne que revestía tus huesos, y despacio, y con firmeza, reposabas tu rostro de medialuna en mis piernas mientras tu mirada verde de mar en calma chicha me pedía a gritos que acariciara uno a uno tus cabellos, beso a beso tu nuca y palmo a palmo, desde el inicio, hasta el fin, tu espalda. Calculaba como usurero en que parte de tu cuerpo de leche habrían de posarse morbosos mis ojos para que el sonrojo de tus azucaradas mejillas me redituara el mejor dividendo, y después sin miramientos, cobrarlo. Mientras él, tipo decente y honesto, desde el suelo con su último aliento se asía a la cobija de la cama como si ésta fuera la soga que le pudiera retener un poco más en el mar cotidiano del día a día y no su mortaja, y su vida se escurría por sus lagrimales, yo, un tipo un tanto como él y un tanto por ti tal vez bastante lascivo, pensaba en el brillo de diamante que reflejaran tus lágrimas sobre mi pecho desnudo la tarde que hicimos el amor con tan buena manufactura, que en el remanso aquel que regala la vida, y en donde no se sabe si de verdad se continua en el mundo o exánime definitivamente sobre la cama el alma abandona al cuerpo dejándolo como despojo, y que se da eterno siempre entre orgasmo y orgasmo cuando éstos han sido verdaderamente benévolos, únicamente atinaste a cuestionarme con ingenuidad lo único que en ese momento yo no podía explicarte, pues hasta ese momento no llevaba en el corazón la respuesta ¿qué será eso de estar muerto?
Mientras él allá soltaba su último pensamiento junto a su aliento y yo junto a ti soltaba uno nuevo, quizás tú en ese momento, no lo sé, sólo tú puedes saberlo, pensabas en la inmortalidad del cangrejo.

Due®

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