domingo, 28 de noviembre de 2010

Mujeres golpeadas.

El golpe en los autos fue cosa de nada, a caso un rayón en cada salpicadera y listo. Sin embargo ambos conductores bajaron de sus vehículos y se encararon fieramente. La danza de los machos comenzó. El más fuerte dando ridículos brinquitos mientras aleteaba los puños frente a la cara del más débil que, a su vez, bailaba su dancita escapando con pasos pequeñitos y sus puños en guardia sobre su cara protegiéndola. Se miraban seriamente, se ofendían, se deseaban la muerte pero ninguno de los dos daba el primer golpe.

De pronto, la esposa del más fuerte, a la que se le veía un moretón antiguo en un ojo y uno fresco sobre los labios, salió del auto con una barra de acero en la mano, rodeo los autos y se aposto atrás de los rijosos. En un descuido, descargó un mortal golpe sobre la cabeza del mas fuerte, es decir, sobre la cabeza de su marido.

El cuerpo sin vida calló sobre la acera a los pies del pasmado rival que no se movía y que sólo miraba como su diminuta esposa bajaba de su auto con tremendos esfuerzos debido a que el cabestrillo sobre su brazo derecho no le permitía toda la movilidad que hubiera querido, la mujer pequeña, siempre decidida a resolver los problema, llegó al lugar de los hechos, tomó la barra de acero de las manos de la mujer homicida, la puso en las de su marido que la aceptó sin saber el porqué, abrazó con fuerza y complicidad a la mujer del muerto inmovilizándola por completo mientras que los policías llegaban con sus armas de cargo desenfundadas y ella, la pequeña, llorando y simulando una perfecta histeria, le decía a su marido asegurándose que los policías la escucharan sin dudas; ¡Maldito homicida! ¿Por qué lo mataste si el señor estaba de acuerdo en pagar los daños?

Due®27.11.10

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